Tradicionalmente se ha considerado a la razón como el único
recurso válido para tomar decisiones en el ser humano, y contrariamente, a las
emociones como peligrosas o inadaptadas para el mismo. Y cuando decimos
tradicionalmente, hablamos incluso de cientos de años, en los que la psicología
por supuesto no ha sido una excepción a esta creencia.
¿Quién no ha oído hablar de la eterna batalla entre amor y
razón? ¿Ser o no ser?
No obstante, nada más lejos de la realidad. Gracias a que la
ciencia evoluciona y especialmente a que nuestro conocimiento va adaptándose a
esta evolución, hoy día se considera que las emociones juegan un papel tan
importante o más, que la razón lógica. De este modo el término
"Inteligencia Emocional" retumba hoy por las redes con mucha
intensidad mientras que la razón está casi olvidada...
Pero, ¿Qué entendemos por Inteligencia Emocional?
Permitidme una ligera introducción, necesaria, para enmarcar
en un contexto este nuevo concepto que está tan de moda, así como su
definición.
Tal como hemos comentado, históricamente se ha considerado
la razón como el recurso sólido y fiable que posee el ser humano para
sobrevivir de manera eficaz, que además lo distingue de los animales, y que de
hecho le ha permitido el puesto que ostenta en el reino animal. Sin embargo, si
bien siendo esto cierto, se han dejado de lado las emociones más "animales"
y/o instintivas, o no racionales, que como veremos a continuación, tienen un importantísimo
papel en la supervivencia de las personas.
En general, son dos los acontecimientos o momentos clave que
permiten a esta creencia dar un giro de 180º, por un lado la Teoría de la
Evolución de las Especies de Charles Darwin, y por otro, los avances en
neuroimagen (TAC, Resonancia, etc.) que han permitido las nuevas tecnologías.
Muy a grosso modo, Charles Darwin vino a demostrar con su
trabajo, que todas las especies hemos evolucionado para adaptarnos a nuestro
entorno, mientras que las técnicas de neuroimagen han permitido, además de
verificar esta y otras teorías, delimitar cómo, cuándo y dónde suceden estas
adaptaciones.
Esto significa, que está fehacientemente demostrado que
todos los componentes de nuestra morfología cumplen una función con respecto al
entorno que nos rodea. Así, por ejemplo, la voz cumple la función de
comunicación con los demás, los ojos permiten la visión de alimentos, peligros,
etc., y en el caso de las emociones, el miedo por ejemplo cumple la función de
alertar sobre un peligro.
Si nos fijamos en ésta emoción, su desagradabilidad facilita
que huyamos, de lo contrario nos acercaríamos al estímulo que ha provocado la
emoción (como un león por ejemplo), su activación corporal (aumento oxígeno,
tasa cardíaca, etc) facilita los recursos necesarios para huir rápida y
eficazmente, y su expresión facial además alerta a las demás personas sobre un
peligro. Como vemos, todo se aprovecha, todo cumple una función. Pero...
Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿hasta qué punto
la razón vela por la supervivencia del individuo? ¿hasta qué punto son las
emociones las que velan por la supervivencia del individuo?
La respuesta es: complementariedad. Ambas velan pero de maneras
diferentes, aunque complementarias.
Es evidente a cualquier persona, que la lógica y la razón
permiten resolver dilemas que las emociones (alegría, miedo, tristeza, etc.) no
permiten. Pero también, que su proceso de análisis de problemas y variables
influyentes es más lento y costoso que por ejemplo esta emoción de miedo que se
activa en cuestión de segundos.
Durante mucho tiempo se usaron, y se usan, los test de
Inteligencia o Coeficiente Intelectual para medir esta razón, e incluso se
emplea como recurso para facilitar servicios o prestaciones especiales a
personas que tienen dificultades a este respecto.
Sin embargo, hay muchas personas con un Coeficiente
Intelectual bajo que consiguen vivir de manera independiente y sobrevivir,
siendo este el fin común de todos nosotros, por lo que este índice no es del
todo fiable ni válido para establecer qué persona actuará de manera adaptativa
ante un peligro, sobrevivirá, o logrará ser independiente, y se hace necesario
adoptar otra postura, que además proporcione herramientas para que estas y
muchas otras personas tengan una mejor calidad de vida y más saludable en su
supervivencia.
Es en estos contextos donde nace el concepto de Inteligencia
Emocional a manos de Daniel Goleman.
No es que la Inteligencia Emocional sustituya el Coeficiente
Intelectual, ni tampoco que las emociones se hayan mostrado más útiles que la
razón. Esto no es una batalla de quién pierde o quien gana. Estamos hablando de
una cuestión de complementariedad puesto que, como ya vislumbrara Charles
Darwin, absolutamente todo en nosotros cumple una función, y las emociones no
iban a ser menos.
Así, una persona es inteligente emocional, cuando reconoce
sus emociones (miedo, tristeza, ira, etc.), las identifica como una u otra, y las gestiona eficazmente acorde
con sus metas u objetivos. Por ejemplo cuando siente tristeza, la reconoce y
hace algo para cambiarla a una alegría o para que no se convierta en un estado
irreversible, o cuando siente que para hablar con alguien en concreto sería más
óptimo emplear un estado de ánimo alegre (entrevista de trabajo) o un estado de
ánimo ansioso (para centrarse en los exámenes).
De esta forma estas personas, al gestionar eficientemente
sus emociones, canalizándolas hacia sus objetivos, sean estos del tipo que
sean, adquieren más probabilidades de lograrlos que las personas a quienes las
emociones les juegan malas pasadas (ojo que no decimos que ni unas ni otras
dejen de usar la razón, ni la lógica, etc.). De esta manera, si el fin último
es la supervivencia, finalmente, sería más Inteligente en general, quien consigue
sobrevivir que quien lo no lo consigue, evidentemente.
No obstante, quisiera aclarar, que nadie nace emocionalmente
listo o emocionalmente tonto, si es que existe la tontería. La inteligencia
emocional se puede entrenar y de hecho se entrena con experiencias y juegos
mucho más habituales de lo que creemos (juegos de mesa, de ordenador,
relaciones con otros, etc), y está al alcance psicológico de cualquier persona
prácticamente. No se nace con las emociones intactas, y éstas no permanecen inalteradas
durante nuestra vida, sino que se construyen, nutren y enriquecen con las
experiencias propias, nuestros aprendizajes y vivencias y también los de otros.
Es decir, nuestra razón aprende y nuestras emociones también. Y nuevamente,
cuánto más entrenamiento en identificación y gestión de emociones, mejores
nuestros resultados en las relaciones con otros, en nuestro alcance de objetivos,
y en general en la vida.
Un ejemplo de ello puede ser un bebé que sonríe para
conseguir algo o un político que se muestra serio en un funeral público puesto
que sonreír sería su perdición profesional.
En conclusión, el concepto de Inteligencia Emocional surge
para dar respuesta a nuevo análisis del comportamiento humano, para ponerle
nombre a una necesidad que tiene la sociedad. Alerta sobre variables que son objeto
de evaluación e intervención, ya no sólo para la supervivencia del ser humano,
sino también para mejorar su calidad de vida.
Variables que han de ser educadas, entrenadas y en
definitiva aprovechadas. Del mismo que se entrena la lógica y el razonamiento
en las instituciones, también han de entrenarse las emociones, sentimientos y
formas de relacionarse de las personas.
Estamos por tanto frente a un potente producto y herramienta
cultural que permitirá a la sociedad la mejora de su calidad de vida, la
integración de personas con dificultades, una posición más destacada a los
sentimientos humanos, y un largo etc. Que redundará finalmente, como ya
predijera Darwin, en una nueva adaptación fructífera de nuestra sociedad.
Patricia Merino López
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