En 1948 un reconocido psicólogo estadounidense, B. F.
Skinner, llevaría a cabo un experimento que marcaría un hito en la historia del
aprendizaje.
Skinner se encontraba estudiando los efectos del
reforzamiento sobre la conducta humana con animales, esto es, experimentando
con premios, castigos y similares, los
efectos que estos reforzadores podrían tener sobre el comportamiento.
Lo habitual en estos experimentos en que un animal reciba
comida una vez que presiona una palanca o resuelve un puzzle, o al contrario,
reciba un estímulo aversivo (pero completamente inofensivo) al realizar la
conducta. Sin embargo, en este experimento, Skinner decidió no comprobar ningún
tipo de conducta o acción en el animal; simplemente, se limitó a observar.
Para ello, introdujo un gran número de palomas en cámaras
independientes en las cuales una pequeña porción de alimento era proporcionada
automáticamente cada 15 segundos independientemente de lo que el animal
hiciese. Es decir, no era necesario presionar ninguna palanca o botón, las
palomas tendrían en su comedero su pequeña porción de comida cada quince
segundos. Lo que en la investigación denominamos un reforzamiento de intervalo
fijo.
La sorpresa de Skinner se dio cuando observó que cada paloma llevaba a cabo una especie de ritual particular antes de aproximarse al comedero para comer. Una de ellas saltaba a la pata coja antes de comer, otra daba 3 vueltas sobre ella misma, y así en muchas de ellas. Era como si cada paloma hubiera diseñado su propio ritual para atraer la comida!!
La sorpresa de Skinner se dio cuando observó que cada paloma llevaba a cabo una especie de ritual particular antes de aproximarse al comedero para comer. Una de ellas saltaba a la pata coja antes de comer, otra daba 3 vueltas sobre ella misma, y así en muchas de ellas. Era como si cada paloma hubiera diseñado su propio ritual para atraer la comida!!
En efecto, estas palomas habían asociado y/o condicionado
erróneamente una acción que estaban ejecutando al azar con el hecho de recibir
comida, por lo que finalmente habían emparejado dos sucesos que en realidad no
tenían nada que ver el uno con el otro, pues ni sus acciones predecían la
comida, ni la comida era precedida por sus acciones. Es el efecto que Skinner
denominó a partir de este experimento (y de muchos más que lo replicaron) como "conducta supersticiosa", y que
conocemos habitualmente como superstición.
Nuestra mente está diseñada para ser lo más eficaz y
eficiente posible de acuerdo con las demandas del ambiente, pero no por ello
deja de ser susceptible de errores, aunque sean mínimos. El hecho de asociar
dos acontecimientos puede asegurarnos la supervivencia, como es el caso del
fuego y el daño, sin embargo en contadas ocasiones este mecanismo de
aprendizaje nos puede gastar una ilusoria jugada.
Sin embargo, no está demás tener confianza en un amuleto o
tener una creencia supersticiosa determinada, pues si tenemos la expectativa de
que ese talismán o esa acción nos beneficiarán, sin duda lo harán en alguna
medida. No obstante, siempre es recomendable conocer y tener en cuenta los
límites de estos últimos así como las bases que los sustentan, para evitar,
llegado el caso, que estas supersticiones se tornen de lo más irracional e
incómodas.
Patricia Merino López www.facebook.com/patriciamerinolopezblogdepsicologia
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