En una sociedad cada vez más consumista y materialista, en
lucha constante por hacer un hueco a los valores sociales, morales y
culturales, pero que finalmente se ve subyugada al valor económico de sus
objetos, cabe preguntarse, si realmente esta supremacía económica exista debido
al valor de felicidad que contiene. O lo que es lo mismo: Si el dinero es tan
importante ¿es por que proporciona la felicidad?
Evidentemente, la palabra dinero es inherente al concepto de
supervivencia. El dinero permite asegurar la supervivencia del ser humano en un
sistema en el que este mecanismo regula el acceso a comida, seguridad, y salud.
Sin embargo también es cierto que vivimos en un mundo en el que este mismo
sistema institucional, en la gran mayoría de países, ya nos garantiza dentro de
un mínimo valor económico esta supervivencia y también un mínimo grado de
calidad en la misma.
Existen muchísimos estudios que se han centrado en analizar
cómo se da esa relación entre economía y bienestar o dinero y felicidad, siendo
destacado el que llevaron a cabo David G. Myers y Ed Diener, quienes encontraron
que, tal y como se temían, "el dinero no da la felicidad, pero
ayuda". Al menos hasta cierto punto.
Esto es, el dinero proporciona felicidad, en tanto que ayuda
a cubrir las necesidades básicas, pero una vez cubiertas estas, no aumenta la
felicidad ni tampoco es garantía de ella. De esta forma, es también un hecho
comprobado empíricamente, que las personas con gran riqueza, o aquellas a las
que les ha tocado la lotería por ejemplo, no son más felices que aquellas que
tienen lo básico para vivir. Si bien es cierto que ante un incremento
inesperado de capital nuestra felicidad aumenta, también lo es que ésta es
efímera, y después de un breve tiempo, desaparece.
En cuanto a las necesidades básicas, éstas varían con cada sociedad,
estando determinadas en gran medida por una cultura concreta, y específicamente
por las comparaciones que las personas realicen sobre su bienestar. Así países
con una gran riqueza como Japón, no son sinónimos de países más felices, de
manera que un país pobre puede presumir de mayor felicidad en tanto que sus
habitantes perciban que no existe desigualdad entre ellos y que más o menos,
todos tienen las mismas necesidades cubiertas.
Así las cosas, la felicidad parece residir más en la
igualdad que en el grado de valor económico. Sin embargo, cabe preguntarse si finalmente
esta felicidad habita en único concepto como el de la igualdad, o incluso en
varios, como la igualdad, el altruísmo, etc. Y no sea, en cambio o
complementariamente, sinónimo de una actitud constante, que la persona emplea
cada día de su existencia y cuida con recelo de comparaciones que en efecto no
tienen importancia, como la marca de coche, por aquellas que realmente sí las
tienen, como tomarse con filosofía el reventón de una rueda. Y que, por tanto, la
felicidad plena esté finalmente definida, no por el valor que adquiere una hoja
verde de papel, sino por la óptica que asumimos cada mañana al despertar, y
cada noche al soñar.
De ser así... Además de la educación convencional que
garantiza un mínimo económico, ¿no deberíamos invertir recursos (que no dinero)
en educación para ser felices?
Patricia Merino López
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